On her sixtieth birthday, Soledad hires a male escort to accompany her to, wait a minute, Tristan und Isolde, which seems to be a rather contrived (and expensive) way to take revenge on her ex-lover. Surely enough, what was supposed to be just that, a night at the opera, does not end there and then, or there wouldn’t be a book. And so our protagonist promptly embarks upon a tragicomic love affair, all the while thinking how to best organise an exhibition in the National Library of Spain. A premise so unlikely it only could be a true story.
I enjoyed the interplay of pseudo-fictitious with pseudo-real: guest appearances of the current director of the aforementioned library, Ana Santos Aramburo, and Ms Montero herself, in third person; a galore of mostly real “accursed writers”, the subject of said exhibition; and even Cabo Machichaco disaster. Rather disappointingly, Adam, the carnal interest of our heroine, comes across more as a caricature than a flesh (oh irony!) and blood person. Even so, it really made me cringe that Soledad kept mentally referring to Adam as “el gigoló” or “el ruso” as if forgetting his — incidentally, not your typical Russian — name. Or maybe she was meant to be that way. A little bit racist, and not a little bit judgemental. Also, vain and needy, but still, loving and, hopefully, loved.
A cierta edad, plantearse hacer el amor con alguien exigía una planificación y una intendencia tan rigurosas como la campaña de África del general Montgomery. Y así, lo primero que hizo Soledad fue probarse medio ropero, tanto ropa interior como exterior, y evaluar su aspecto por delante y por detrás con ayuda de un espejito de mano para verse la espalda. Ese juego de sujetador y braga color fuego tan bonito ¿no le sacaba por desgracia una antiestética molla en la cadera? Se quitó y se puso, se vistió y desvistió, mientras a su alrededor iba creciendo una rebaba de prendas descartadas, como las cenefas de algas en la playa. Terminó poniéndose el conjunto de lencería de encaje verde y, por encima, una camisa de seda verde musgo, el pantalón gris perla de corte perfecto y los botines Farrutx de medio tacón. Una vez aprobada la elección de las prendas, volvió a desnudarse íntegramente y se metió en la ducha.
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